Esos días temblaba de emoción… más de 2 millones de egipcios, de todas las clases sociales vinieron a celebrar la caída del presidente Hosni Mubarak. La revolución de la Plaza Tahrir había triunfado contra un gobierno despótico y corrupto que por más de 30 años abusó de las masas populares. La gente lloraba de emoción, de esperanza creyendo que días mejores se acercaban para estas sufridas tierras faraónicas… sin embargo, poco a poco se desvaneció la ilusión y después de 2 años de violencia los militares regresaron al poder.
Miércoles 2 de noviembre de 2016 | 14:29
Yo conozco un poco Egipto, en especial su capital, la populosa y caótica, El Cairo, con más de 20 millones de habitantes. Había recorrido muchas veces sus polvorientos bulevares y callejuelas encantadas con la omnipresente fuerza de ese río, uno de los más hermosos de todos los ríos, la cuna de los faraones, el grandioso Nilo, sin embargo, esta vez no es el mismo Egipto que atravieso, esos paisajes bucólicos y religiosos donde conviven 70 millones de musulmanes con 10 millones de cristianos, sino un Egipto en plena revolución.
Hasta allá me dirijo hacia el centro de El Cairo, hacia la plaza Tahrir, la plaza de la liberación donde 2 millones de egipcios salen a protestar en la mayor rebelión ciudadana del mundo árabe, logrando la hazaña de derrocar una de las dictaduras más longevas y corruptas del medio oriente, un gobierno con un enorme aparato policial y represivo. El régimen del presidente Hosni Mubarak quien llevaba más de 30 años en el poder.
Los manifestantes luchaban por más trabajo, por más libertad, por más igualdad acusando al régimen de ser extremadamente corrupto y dictatorial, que privilegiaba solo a los miembros del gobierno y a los dos millones de miembros de las fuerzas armadas y policiales dejando a una enorme masa de la población completamente olvidada sin ninguna opción de ascenso social, ajena al progreso y al bienestar.
La revolución también causa un tremendo daño al turismo del cual vive un importante porcentaje de la población, ya no se ven extranjeros. Es la muerte de la joya del turismo mundial.
Vivo estos duros tiempos en la plaza de Tahrir, fraternizando el día a día con los jóvenes revolucionarios, durmiendo en las carpas de campaña, muchas veces en situaciones imposibles debido a los enfrentamientos nocturnos, a las peleas, a los incendios provocados por bombas molotov.
Durante días y semanas soporto el cotidiano, junto a algunos de sus líderes como la doctora Nadine quien como muchos otros académicos e intelectuales ha venido a vivir con los revolucionarios en las mismas carpas hasta darlo todo en esas luchas históricas en el centro de El Cairo.
Muchos fueron mis camaradas, con quines viví intensamente por meses esta revolución, las alegrías y las tristezas. Llevaban más de 1 año acampanando en medio de la plaza Tahrir.
Pero los sueños revolucionarios van dejando poco a poco huellas de desesperación frente a las necesidades mas precarias y un futuro incierto que se veía venir. Los militares seguían en el poder y la esperanza y la ilusión se desvanecía en medio del cansancio y la fatiga de vivir en la precariedad de las carpas mientras se perdía el entusiasmo.
Aún recuerdo esa noche que los dejé en la Plaza de la Independencia con sus sueños quebrados por esa revolución que nunca fue, que nunca les permitió salir de la pobreza ni aspirar a nada mejor.